martes, 14 de diciembre de 2010

DE INMIGRANTES A AUTÓCTONOS

14.12.2010
En 1962 llegó a estas tierras Álvaro, un joven de apenas 18 años, que fue subido por sus padres a un barco al otro lado del océano, con el fin de que su hijo no fuera convocado por la tropa a una guerra colonialista, que libraba su país en Angola.
Solo una valija con algo de ropa y algún alimento perecedero lo acompañaba, en el viaje conoció compatriotas, con los cuales compartió historias y 17 días de navegación.

Una vez llegado a Buenos Aires, lo esperaba su hermano José que unos años antes, por otros motivos, había aceptado la invitación de su primo Mario, para llegar a este destino.
El recibimiento fue simple y a las apuradas, del puerto de Bs. As. a Pontevedra y al otro día hacia Monte Grande a unos 40 km de donde vivía su hermano.
José, previamente, le había conseguido trabajo asociándolo a otros paisanos en un campo donde se fabricaban ladrillos.

El joven en pocas horas se tuvo que hacer hombre.
Los socios, eran más de 10, todos con historias muy similares a la de él y su hermano.
Cuando se despiden, José le aclara que esta sociedad tenía un costo que debería pagar, así como él, anteriormente, debió pagarle a su primo, en una cadena de ayuda familiar, que se siguió repitiendo a lo largo de la historia.
Su lugar de descanso en el medio de la nada, era un cuarto compartido de 3 x 3 con piso de tierra, paredes de ladrillos unidos con barro, una ventana y puerta precaria, un techo de chapa que apenas se sostenía. No tuvo tiempo de acomodarse que ya estaba trabajando a la par de sus socios más experimentados.
De 6 de la mañana a 7 de la tarde, de lunes a sábados, lo que se dice literalmente de sol a sol. Todos los socios eran jefes, empleados, y esclavos de si mismos. Nadie podía aflojar ni perder tiempo, todo estaba por hacerse.
El único objetivo era fabricar y acumular ladrillos, para después venderlos y con las ganancias, pagar las deudas. Solo se detenían a almorzar y tenían libres los domingos para ir a misa o visitar familiares.

Durante los primeros 15 días no volvió a ver a su hermano, un domingo se fue en una bicicleta prestada hasta el horno de ladrillos donde vivía José, apenas pudo llegar y estar unas horas para emprender el regreso antes de que oscureciera.
Trabajaba todo el día pero nada se vendía y las deudas se acumulaban. Por este motivo Álvaro debió pedirle nuevamente dinero prestado a su hermano, para comprarse unas alpargatas de trabajo.

A un mes de estar en Argentina el único sueño de Álvaro era volver a la casa de sus padres en Portugal. Luego de un año de extremo sacrificio, tenían una montaña de ladrillos un poco más grande que la montaña de deudas. Debían hasta la comida del último año.
De repente en uno de esos cambios inesperados de este generoso país, la cosa comenzó a funcionar, hubo demanda de ladrillos por doquier, comenzaron a ver el fruto de su sacrificio, los camiones salían cargados y hacían cola esperando ser despachados, al cabo del cuarto año, canceló su deuda con José a quien ya iba a visitar en moto. Las ventas y el trabajo crecían, la prosperidad y esperanza surgían de sus propios esfuerzos. Buscó y pudo comprarse en cuotas una casa y su primer auto. Fue entonces que algunos socios se fueron independizando y abriendo nuevos caminos, de los 10 originales quedaron 6 y años más tarde 4.

Luego de 7 años en Argentina, conoció al amor de su vida, una compatriota vecina de su pueblo natal de 19 años, recién llegada al país. Nunca se habían visto antes a pesar de que en su pueblo natal, vivían a escasos 600 metros.

Se casaron tuvieron 2 hijos argentinos, les dieron todos los frutos que recogieron de esta tierra y mucho más, algunas veces volvieron a sus pagos, pero solo de paseo y para matar saudades, nunca se sintieron extranjeros y hoy junto a sus hijos, yerno, nuera y nieta se sienten y son más autóctonos que nunca.

Rubén Afonso Boaventura
 ( Hijo y Argentino )










1 comentario:

  1. son muchas las historias semejantes a la de tus papis. la del mio es bastante mas complicada, aunque haya perdido raices en esta tierra mi viejo nunca la quiso dejar

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