14.12.2010

Solo una valija con algo de ropa y algún alimento perecedero lo acompañaba, en el viaje conoció compatriotas, con los cuales compartió historias y 17 días de navegación.
Una vez llegado a Buenos Aires, lo esperaba su hermano José que unos años antes, por otros motivos, había aceptado la invitación de su primo Mario, para llegar a este destino.

José, previamente, le había conseguido trabajo asociándolo a otros paisanos en un campo donde se fabricaban ladrillos.
El joven en pocas horas se tuvo que hacer hombre.
Los socios, eran más de 10, todos con historias muy similares a la de él y su hermano.
Cuando se despiden, José le aclara que esta sociedad tenía un costo que debería pagar, así como él, anteriormente, debió pagarle a su primo, en una cadena de ayuda familiar, que se siguió repitiendo a lo largo de la historia.

De 6 de la mañana a 7 de la tarde, de lunes a sábados, lo que se dice literalmente de sol a sol. Todos los socios eran jefes, empleados, y esclavos de si mismos. Nadie podía aflojar ni perder tiempo, todo estaba por hacerse.
El único objetivo era fabricar y acumular ladrillos, para después venderlos y con las ganancias, pagar las deudas. Solo se detenían a almorzar y tenían libres los domingos para ir a misa o visitar familiares.
Durante los primeros 15 días no volvió a ver a su hermano, un domingo se fue en una bicicleta prestada hasta el horno de ladrillos donde vivía José, apenas pudo llegar y estar unas horas para emprender el regreso antes de que oscureciera.
Trabajaba todo el día pero nada se vendía y las deudas se acumulaban. Por este motivo Álvaro debió pedirle nuevamente dinero prestado a su hermano, para comprarse unas alpargatas de trabajo.

De repente en uno de esos cambios inesperados de este generoso país, la cosa comenzó a funcionar, hubo demanda de ladrillos por doquier, comenzaron a ver el fruto de su sacrificio, los camiones salían cargados y hacían cola esperando ser despachados, al cabo del cuarto año, canceló su deuda con José a quien ya iba a visitar en moto. Las ventas y el trabajo crecían, la prosperidad y esperanza surgían de sus propios esfuerzos. Buscó y pudo comprarse en cuotas una casa y su primer auto. Fue entonces que algunos socios se fueron independizando y abriendo nuevos caminos, de los 10 originales quedaron 6 y años más tarde 4.

Se casaron tuvieron 2 hijos argentinos, les dieron todos los frutos que recogieron de esta tierra y mucho más, algunas veces volvieron a sus pagos, pero solo de paseo y para matar saudades, nunca se sintieron extranjeros y hoy junto a sus hijos, yerno, nuera y nieta se sienten y son más autóctonos que nunca.
Rubén Afonso Boaventura
( Hijo y Argentino )
son muchas las historias semejantes a la de tus papis. la del mio es bastante mas complicada, aunque haya perdido raices en esta tierra mi viejo nunca la quiso dejar
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