viernes, 11 de febrero de 2011

RINCONES DE PATRIA 11

11.02.2011
Cerro Tronador, Río Negro

Uno de los lugares más esperados por conocer, ya que Juan en una foto del año pasado, lo había titulado con un contundente “Mi lugar en el mundo”.


Luego de Cascada Los Alerces, otra media hora en micro, siempre rodeados por selva de montaña, hasta que aparece otro lago que nos obliga a detenernos, para ser admirado.


Un tremendo color verde azulado estalla ante nuestros ojos para hacernos sentir que cualquier televisor LCD led 1080x1920 en su máxima resolución, se torna una porquería, ante tanta calidad de imagen natural.
La “pantalla” es… im-pre-sio-nan-te.


Otra vez al micro y una nueva vista, esta vez más cerca del Tronador, la imagen nos parecía conocida, una pequeña pradera verde justo frente al Cerro.
Justamente aquí, Juan, se había sacado la famosa foto de antaño. La imagen era hermosa, pero la naturaleza parecía vengarse y nos hacía pagar algo de todo el daño que le hemos causado, enviándonos unos tábanos insoportables…
Muy lindo el lugar y la vista, y comprendí la frase de Juan en su foto, pero no pude evitar aconsejarle, que si decidía vivir allí, fuera invirtiendo en mosquiteros.


Unos 3km antes de llegar al Ventisquero, apareció una especie de callejón gigante de árboles secos, la mayoría caídos otros aún en pie, entre el verde predominante. Ese era el saldo de un aluvión y avalancha que había arrasado con todo a su paso, el 22 de mayo de 2009, cerca de las 11 de la noche, tras una intensa y larga lluvia que quebró la resistencia del ventisquero y se desplomó río abajo llegando a una distancia de 5km.


Llegamos al Ventisquero y en una explanada muy grande pudimos ver de cerca la inmensidad de los hielos en la cima del Cerro. Todos esperábamos que algún trozo de hielo se quiebre para escuchar el sonido que le pone nombre al lugar. Los tábanos también estaban presentes y debimos subir al micro, cuando ingresaron los últimos pasajeros, entre ellos Karina, Kiara y Marcelo, nos comentaron que habían escuchado el famoso ruido a trueno, producto del quiebre en el hielo.


Partimos rumbo a la base, donde nos esperaba un restaurante con unas comidas elaboradas, deliciosas, de rápida entrega y precios razonables. Luego de almorzar emprendimos viaje a pié, hacia una serie de cascadas, no muy amplias pero si extremadamente largas, que caían producto del deshielo, desde unos 800 metros de altura, para luego transformarse en cause de un arroyo.


Previo deleite de algunas de las dulzuras que se ofrecían como postre en el lugar, emprendimos el regreso a casita sin haber escuchado el famoso ruido a trueno, pero con la panza llena y las retinas desbordando…


Rubén Afonso Boaventura






































































































































































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